Sobre la despenalización

Tenemos para compartir dos artículos de Pepe (La Nación y Tiempo Argentino) y tres videos: el de Gustavo en “6 7 8”, el de Charly en la “10º conferencia nacional sobre políticas de drogas” y el de los padres Gustavo y Charly en la audiencia pública en el Congreso.

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TIEMPO ARGENTINO 27.05.2012 | Opinión

A propósito de la despenalización

Estoy convencido que debe cambiar, y con urgencia, la legislación actual. Sin embargo, no veo que hoy se den las condiciones para despenalizar. 

Por: José María Di Paola

Frente a los diversos proyectos de ley que buscan reformar la actual política de drogas, me siento en la urgencia de expresar también mi parecer. Ya lo hice junto al equipo de los curas de las villas de la Ciudad de Buenos Aires en otras oportunidades, y hoy nuevamente lo hago desde la convicción profunda de que a la hora de legislar, es fundamental tener en cuenta a los más pobres y a los que sufren la exclusión social grave.
Es por eso que mi mirada se centra exclusivamente en los marginales, aquellos cuya voz difícilmente pueda ser escuchada en otro lugar más que en la vida de todos los días compartida. Me quiero referir a cientos, miles de pibes y pibas de las villas, arruinados por el paco en las villas, con quienes compartí cada día durante los 15 años que viví en la villa 21-24 y Zavaleta. 
En primer lugar deseo señalar que me parece mal criminalizar al adicto. He visto muchos pibes de rodillas delante de una droga que no los deja organizar la vida. Esclavos sufrientes que no pueden “zafar”. Muchos incluso han muerto, los hemos llorado con sus padres y amigos. Me tocó conocer su corazón, sus luchas y su llanto, darles la primera comunión y recibirlos contentos cuando me venían a presentar a sus hijos, y luego rezarles el responso. Me resulta imposible identificar la adicción con un crimen, y más aun pensar que deba ser penalizado.
Además de ellos, pienso en todos aquellos otros para los que el consumo de drogas es apenas una curiosidad, un simple experimento. Pienso en lo trabajoso que fue señalarles el camino del esfuerzo, de la vida comprometida, de la responsabilidad. Tampoco pienso que sus experiencias puedan ser penalizadas.
Es por todos ellos que estoy convencido que debe cambiar, y con urgencia, la legislación actual. Sin embargo, no veo que hoy se den las condiciones para despenalizar.
Veo peligrosa la liviandad con que se trata el tema en muchos medios, a veces desde posturas afectivas, y polarizadas; otras desde posturas científicas tan serias como ajenas a la realidad de los más pobres.
Hace unos años, con el equipo de los curas de las villas nos preguntábamos cómo decodifican nuestros jóvenes una medida como la despenalización. Creo en este sentido que antes de despenalizar es necesario implementar un programa preventivo en todas las escuelas del país, de modo de mitigar el impacto negativo de la medida en las representaciones sociales juveniles, y potenciando algunos aspectos positivos de la misma, como la no estigmatización de los usuarios de drogas, que no produce sino más exclusión.
Creo que los usuarios de drogas de poblaciones marginalizadas se encuentran en un gran desamparo, y la ausencia del Estado en sus vidas es muy pronunciada. ¿Qué acompañamiento encuentra un usuario de paco de Zavaleta que no puede frenar el consumo, que empeñó los documentos para consumir, que no puede internarse porque padece tuberculosis, pero a causa del consumo no está en condiciones de sortear las dificultades que le propone el sistema de salud, que vive en la calle, padece mil penurias, y para sobrevivir debe enfrentar la violencia, y aprender a jugar con la ley de la selva? Lamentablemente, esta es una foto demasiado repetida.
Es así, los usuarios de drogas de zonas marginalizadas viven la exclusión como el pan de cada día, y las respuestas asistenciales provistas por el Estado se reducen a los tratamientos de rehabilitación. Una respuesta demasiado lineal para un problema tan complejo. No hay para estos usuarios de drogas una respuesta compleja en salud, vivienda, trabajo, identidad. Sin esos derechos garantizados, la recuperación es una utopía.
En ese sentido, me pregunto qué pasa con aquellos usuarios de drogas que hubieran necesitado el encuentro con el Estado; porque al fin y al cabo, el encuentro con la justicia penal es un encuentro de pésima calidad, pero un encuentro al fin. ¿No sería mejor transformar ese encuentro en uno de superior calidad? Desaprovechar la oportunidad para muchos significa la vida. Suena duro plantearlo así, pero para muchos la cárcel es menos malo que el paco en la calle. No es lo que debe ser, pero desde el Estado no se les ofrece otra alternativa.
Es por eso que, aunque valoro los criterios que buscan algunos con la despenalización, creo que no es el momento para llevarla a cabo, no al menos hasta que el Estado haya tomado nota del desamparo que viven los usuarios de drogas de las zonas marginales, y se haya propuesto tomar cartas en el asunto. Despenalizar en este contexto puede ser una medida espasmódica, compulsiva, que sin duda va a ser aplaudida por la tribuna, pero con el altísimo costo de olvidarse de los pibes más pobres de nuestra patria. Más bien entiendo que el debate sobre la despenalización puede darse cuando recorramos un camino de inclusión social entre la inmensa muchedumbre de jóvenes sumergidos en la marginalidad y pobreza.
Pienso que una posibilidad sería la creación de defensoría de los derechos de los usuarios de drogas, que obliguen al Estado a responder con la complejidad que cada usuario de drogas necesite: vivienda, trabajo, documentación, acceso a la salud, a tratamientos de recuperación, y a todos los derechos vulnerados de esa persona. Recordemos que en los barrios marginales, la droga llena el vacío que deja la exclusión; sin inclusión real no hay recuperación posible.
Sé que mi mirada adolece del mismo problema que le adjudico a las otras: es la mirada de una parte; y una legislación nacional no debe olvidarse de nadie. Sólo espero que a través de mi voz, o del medio que fuera, los cambios que vengan no se vuelvan a olvidar de los más pobres. 

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El consumo de drogas en la población más desprotegida, Lunes 28 de mayo de 2012 

La cuestión no es despenalizar

Por José María Di Paola (Padre Pepe)  | Para LA NACION 

Mientras estaba en las villas, hace un par de años, los periodistas me pedían mi opinión acerca de la despenalización del consumo de drogas. Les comentaba que me parecía que se trataba simplemente de la última página de un libro y que primero había que tratar de llenar las páginas anteriores con la búsqueda de una sociedad más equitativa, para que los jóvenes más pobres y marginales fueran accediendo al sistema y pudieran ejercer su supuesta libertad de elección.

En la actualidad, vemos que desde posturas científicas serias, que trabajan a partir de las evidencias, se afirma una posición favorable y otra contraria a la despenalización. La realidad es que no podemos mirar el ejemplo de Portugal -que despenalizó el consumo personal hace más de diez años- y su camino de reducción de la demanda y compararlo sin más con realidades tan comunes en la Argentina como las que se viven en las villas de emergencia, partidos del conurbano bonaerense como La Matanza o el monte santiagueño, por ejemplo. Sería un despropósito y no deja de ser un argumento falaz.

En charlas con peritos de diferentes países, he constatado que ni la guerra contra las drogas ni la legalización de ellas responden o dan una solución y, menos, a los sectores más empobrecidos. Aun países desarrollados están todavía en un tiempo de análisis y búsqueda.

Las posturas científicas, como también cualquier otro análisis, deben tener en cuenta a los más pobres: tanto en su opinión como en el impacto en ellos de las medidas diseñadas. Allí está el verdadero progresismo social.

En este debate en el que sólo participa una pequeña parte de la nación no puedo dejar de tener presente los ojos de los niños y jóvenes de las villas de emergencia, parte de esta Argentina profunda donde viví tantos años de mi vida.

En esas discusiones escucho hablar sobre “la libertad de elección del consumidor” y en ese preciso momento vienen a mi mente las historias de tantos jóvenes de la villa “excluidos” de la sociedad. Ellos, por supuesto, no conocen el “uso recreativo de las drogas”, porque no tienen las posibilidades de una vida acomodada o de inclusión.

Más bien tendríamos que preguntarnos si en ese contexto de pobreza y marginalidad en el que viven los niños y jóvenes en villas y barriadas pobres se puede hablar de libertad de elección en el consumidor. Habría que preguntarse si no estamos agregando a la vida de estos hermanos más pobres un problema que después no vamos a ayudar a resolver.

En la Argentina, lo que quizás es recreativo para un joven de clase media o alta se torna fatal en los ambientes pobres y marginales. Es necesario comprender que la vulnerabilidad social aumenta cuando no hay oportunidades de inclusión real; y que, a mayor vulnerabilidad, la brecha entre el consumo recreativo y el consumo problemático se acorta dramáticamente. El joven pobre no tiene de dónde asirse, porque vive la fragilidad en lo escolar, en lo laboral y lo sanitario; en consecuencia, un simple consumo de porro tiende a arraigarse más rápido y con mayor fuerza.

Es necesario que antes de hablar de despenalizar se implemente un programa preventivo en las escuelas, que existan centros barriales -como el Hogar de Cristo, presente en las villas 21, 31 y 1-11-14 de Buenos Aires-, y proyectos de inclusión en salud, trabajo y vivienda.

Creo fervientemente que no se debe criminalizar al adicto. Junto a mis compañeros sacerdotes villeros tenemos una vida comprometida en esta causa que nos avala. Son miles los adolescentes y jóvenes que han pasado por nuestros programas de prevención y recuperación en la villa 21; cada uno con sus ilusiones, sus metas por alcanzar en la vida en un medio tan adverso. Hemos conocido a muchísimos chicos adictos que luchan por estar bien, por superar la adicción que les impide experimentar la paz y la felicidad. Hay quienes recaen y se vuelven a levantar por esa luz de esperanza que guardan en su corazón. También hemos acompañado a otros en el duro momento de la privación de la libertad porque cometieron algún delito bajo los efectos de la droga, y hemos despedido con tristeza, en el cementerio de Flores, los restos de muchos que murieron por la droga.

El Estado tiene una deuda social muy grande con estos chicos que padecen estado de abandono en la calle, tuberculosis y sida, desamparo escolar y, sin embargo, pueden acceder a las armas y a la droga con una facilidad extraordinaria.

Coincidimos con los que afirman que la adicción es una enfermedad.

Este planteo ayuda a ubicar al adicto en un lugar más justo y a no criminalizarlo. Esta mirada positiva tiene, sin embargo, un largo camino de ejecución para que los adictos más pobres puedan acceder al sistema sanitario, que, además, está colapsado y no se encuentra preparado para desintoxicarlos y asistirlos.

Si alcanzara con un tratamiento convencional, bastaría con que el Estado otorgara mayor cantidad de becas para internación. Pero el desafío que el paco nos presenta nos obliga a ser mucho más creativos y a entender que este proceso de inclusión llevará muchos años.

Qué decir de los changuitos que en los pueblos del interior no cuentan con servicios médicos básicos, como psiquiatras y psicólogos, y deben trasladarse a la ciudad capital para ser atendidos aun cuando allí tampoco existen lugares a los que los profesionales puedan derivarlos.

Desde el año pasado he recorrido muchas ciudades de la provincia de Santiago del Estero, donde vivo actualmente. He sido invitado por intendencias, consejos deliberantes, escuelas y diferentes organismos no gubernamentales para dar charlas sobre mi experiencia en la villa de Barracas y he visto que padres, docentes y autoridades tienen la misma preocupación: qué hacer ante la dura realidad de que en sus pagos hay adolescentes que se drogan.

Miran la marihuana, o cualquier otra droga, como una novedosa propuesta negativa para la vida. Frente a esta “novedad” y buscando caminos de superación, quedan azorados cuando ven por los medios televisivos que en Buenos Aires se hacen marchas y se discute la despenalización del consumo de drogas.

Les parece un debate de otro país. Quizá querrían decir algo; pero este tema no se abrió para charlarlo en las escuelas ni se profundizó en el interior de nuestra patria. A veces los habitantes de las megaciudades creen representar a toda la Argentina en sus debates, pero debemos darnos cuenta de que, por su gran riqueza regional e histórico-cultural, nuestro país es mucho más grande que nuestras ideas.

¿Alguna vez nos animaremos a cotejar nuestras opiniones con todos los argentinos convencidos de que la opinión del otro puede aportar algo de verdad, y sin pensar que todo diálogo es un Boca-River?

En fin, lo más urgente es ocuparnos como sociedad de los primeros capítulos de ese libro imaginario, en los que todos podemos aportar algo positivo para disminuir la brecha social entre jóvenes que tienen al alcance de su mano lo suficiente para una vida digna y otros que están sumergidos en la más cruel marginalidad.

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